Testimonio: ¿Porqué desperdicié mi vida?

El Hermano Wilfredo Morris, quien vive en el estado de Oregón, ya jubilado, hace poco asistió a una reunión de su clase de graduandos de la Universidad de British Columbia. Pudo conocer al presidente actual. Al regresar a su hogar decidió escribir una carta—la cual sigue al presidente. Fue publicada en el periódico de la Universidad—un testimonio de la bendición y fidelidad de Dios—y de una vida consagrada al Señor.

«Yo estaba por dejar mi trabajo de ingeniero civil y estructural con el Mayor J. R. Grant, arquitecto del puente de la Calle Burrard en Vancouver, BS. No podía contemplar ninguna cosa brillante en el futuro cercano, y era una época de mucha escasez, pues era el tiempo de la gran depresión. Unos años más tarde cuando obsequié un folleto con nuestra foto al ingeniero de la ciudad, el Sr. Brakenridge, él dijo, «¿Por qué desperdiciar su vida en el Perú? Usted tiene un futuro brillante por delante. Usted va a ser el próximo ingeniero oficial de esta ciudad.»

Después de dejar mi trabajo, las cosas se pusieron muy difíciles. Comencé a escuchar algunos predicadores al aire libre. Estaban cantando, testificando y predicando, siempre apoyándose en las Sagradas Escrituras. Esos predicadores siempre hablaban del «nuevo nacimiento». Aunque yo era

maestro de Escuela Dominical, no sabía nada de esta experiencia.

Un día un amigo de la familia me llamó por teléfono y preguntó si yo le acompañaría a una misión para tocar un solo en la trompeta, pues él iba a predicar. Este amigo era un obrero laico de la antigua iglesia metodista. Yo acepté. Pregunté quién tocaría el piano. Me aseguró que un pianista excelente me acompañaría.

Toqué mi trompeta, luego me impresioné mucho al escuchar la oración final por el líder de los jóvenes. Al pianista le encantó la manera en que toqué la trompeta y ofreció pasar por mi casa para llevarme a la misión. Volví a aceptar. Me interesó lo que había ido. Una noche yo dije a la esposa del pastor que yo no había experimentado el «nuevo, nacimiento». Ella me invitó al cuarto de oración para recibir a Jesús como mi Salvador. Yo había querido ir antes, pero tenía recelo. Aquella noche acepté a Cristo en mi corazón. Comencé a leer la Biblia, la cual llegó a ser un libro nuevo para mí. Comprendí el significado de la salvación. Jesús había muerto por mí. Todo lo que yo tenía que hacer era aceptarle. Al hacer esto sentí una gran satisfacción y una nueva paz. Poco después sentí que Dios estaba llamándome.

Me di cuenta de que necesitaba el Espíritu Santo para tener poder para la obra de Dios. Hay una sola condición—la voluntad de consagrarse a Dios. Decidí buscar este don de Dios. Una noche yo estaba orando en un culto de oración cuando una Presencia llenó mi corazón

y me pareció que algo me hacía levantar hasta lo más alto del edificio. Estaba hablando en otra lengua. Ya era muy tarde y vi que tenía que volver a mi casa.

Cerca de mi casa había un instituto bíblico donde un ministro presbiteriano era el director. Ingresé en el instituto. El Rvdo. Walter Ellis era un profesor excelente.

Después de mi graduación leí un folleto acerca del Instituto Lingüístico de Verano. Se celebraría en Arkansas y decidí asistir, puesto que el folleto me aseguraba que su curso ayudaría a uno que deseaba aprender otro idioma. El presidente, el Dr. Cameron Townsend, acababa de completar la traducción del Nuevo Testamento en un idioma indígena. Él había estudiado la manera de convertir un idioma hablado en escritura. Fue un curso excelente.

Para sostenerme enseñé en el departamento de ingeniería en la Universidad John Brown. No se me permitía permanecer mucho tiempo en los Estados Unidos, pero sí tuve lugar para asistir al Concilio de las Asambleas de Dios en Arkansas y allí me confirieron la ordenación. En el mismo Concilio conocí a un misionero joven del Perú, el Hermano Hugo Jeter.

Regresé a Vancouver. Allí el misionero fue a visitarme y a invitarme al Perú, pues se necesitaba alguien para ayudar en la traducción del Nuevo Testamento al idioma quechua. Sentí que debería aceptar su invitación. Pero no tenía el dinero, La ciudad de Vancouver decidió construir un puente y me emplearon como ingeniero. Así fue provisto el dinero para ir al Perú.

Mientras tanto el Señor me dio una esposa maravillosa, quien ha trabajado conmigo unos 45 años en el servicio misionero.

Salimos de Nueva York rumbo al Perú, para comenzar nuestra carrera misionera. Dios nos ha bendecido abundantemente. Pudimos traducir el Evangelio de San Juan, el cual fue impreso por la Sociedad Bíblica Americana, también tradujimos algunos himnos y los Hechos de los Apóstoles. Además, Dios me ha permitido usar mi conocimiento de ingeniería. Dejamos el trabajo de la traducción y nos dedicamos a la construcción, predicación y enseñanza. Pude construir iglesias, edificios para institutos bíblicos, una imprenta, una torre de agua, y caminos. Doy gracias a Dios por haber podido estudiar la ingeniería en la Universidad de British Columbia.

Además de trabajar muchos años en el Perú, los Hermanos Morris han trabajado en Venezuela. Tienen cuatro hijos, todos sirviendo al Señor. No hay nada mejor que dedicar la vida y los talentos al servicio de Dios.

CRISTO SALVA, BAUTISA EN EL ESPIRITU SANTO, SANTIFICA, SANA, Y VUELVE PARA LLEVAR A LOS SUYOS. ESPERENLE.