Siete tristezas en el adulterio

La Biblia declara el juicio sobre los adúlteros en toda la Biblia desde Éxodo 20, donde dice, “No adulterarás”, hasta Apocalipsis 22 donde los adúlteros están en la misma lista con los mentirosos y asesinos, y excluidos de la santa ciudad de Dios.

La ira de Dios se revela del cielo contra este pecado. Además, trae muchas tristezas. Quiero mencionar siete:

Es una gran tristeza a Dios.

Leemos en 1ª Corintos 6:20 que somos comprados con precio; ¡y qué precio! Dios el Padre nos eligió antes del fundamento del mundo (Ef. 1:4). Conociendo nuestro estado caído y pecaminoso, El proveyó para nuestro perdón y redención al dar lo mejor que tenía, Su Hijo Unigénito.

Jesús, el Hijo, se entregó voluntariamente para pagar la pena de nuestro pecado, con el fin de que estuviéramos libres de las pasiones que conducen a la destrucción. Y el Espíritu Santo ha venido para sacarnos de la oscuridad de pecado y llevarnos a la eterna luz de Dios.

Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios el Espíritu Santo, tienen grandes propósitos para nosotros. Ha de darles mucha tristeza cuando los que aman tanto voluntariamente se contaminan y destruyen su relación con la Trinidad al cometer el adulterio.

Es una gran tristeza a su conyugue.

Su esposa o marido confiaba en el voto hecho delante de Dios y los testigos que, dejando todos los demás, usted sería fiel en su matrimonio hasta la muerte.

Su cónyuge no lo creía necesario emplear un detective para vigilarle todos los días.

El dolor del rechazamiento puede destruir el tejido

Del alma, y dejar cicatrices emocionales hasta el fin

De la vida. ¿Quién volverá a confiar en usted?

Es una gran tristeza a la persona con quien usted comete el adulterio.

La pasión quita el valor a todo cuanto toca. Aún cuando su compañero en el pecado se somete Voluntariamente a su pasión, usted pone poco valor en su compañero. Usted le sujeta a nada más que prostituta o adúltero.

El amor verdadero produce el respeto propio, confianza, honor, hermosura, admiración. El adulterio destruye todo. ¡Qué desilusión!

Es una gran tristeza al conyugue de su compañero.

Muchas veces este pecado vulgar se comete entre amigos. Son los que tenían más confianza en usted. Ellos pensaban que sus posesiones materiales, sus hijos, su cónyuge, estaban seguros en su presencia, pero usted traicionó su confianza.

En Romanos 13:8-14 el apóstol Pablo dio algunas instrucciones muy claras en cuanto a amar al prójimo (v. 8) y no hacerle ningún mal (v. 10). En la lista de las cosas que se nos prohíbe, el primero es “adulterio” (v. 9).

Luego en el versículo 14 él dio un consejo de gran valor: “No proveáis para los deseos de la carne.”

Este mismo apóstol aconsejó al joven Timoteo, “Huye también de los deseos juveniles” (2ª Timoteo 2:22). No solamente los jóvenes necesitan aprender a controlar la presión de los deseos carnales y mantener la pureza. Tanto los ancianos como los jóvenes necesitan prestar atención a las leyes de Dios. El adulterio no es una casualidad. Mas bien es buscada. Cuando uno se da cuenta que una amistad está tomando una dirección incorrecta, tiene la responsabilidad de huir. Y si no escapa ¡cuánta amargura, desilusión y odio tendrá su amigo porque usted ha jugado con su cónyuge!

Es una gran tristeza a su iglesia.

La Biblia dice, “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo” (1ª Corintios 6:15).

En otro lugar el apóstol compara la Iglesia al cuerpo humano, puesto que tiene muchos miembros, y lo que afecta un miembro, declara, afecta todo el cuerpo. Hubo millones de Israelitas envueltos en la conquista de la tierra prometida. Pero todo el ejército sufrió la derrota en Haí por culpa de un solo hombre, Acán, quien desobedeció el mandamiento explícito de Dios. De igual manera toda la iglesia sufre cuando un miembro comete el adulterio.

¡Qué pena que este pecado pudiera invadir la casa de Dios! Si falta la bendición de Dios en la iglesia, necesitamos examinar nuestros corazones. ¡Qué desengaño es descubrir que uno de nuestros miembros es culpable del adulterio!

Es una gran tristeza para la comunidad en la cual usted vive.

Pablo escribió a una iglesia y dijo, “Tu que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras?…el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2:22,24). El nombre de Dios se deshonra entre los incrédulos cuando los creyentes caen en el pecado.

Hay mucha gente que, aunque no convertida, siempre admira las normas cristianas de uno que es consagrado a Dios. Al mirarle dirán, “Si yo me convierte a Cristo, yo quiero ser como esa persona.” Pero ¡qué tristeza y desilusión sufren cuando saben que usted ha caído en el adulterio!

Es una tristeza a usted mismo.

Cada uno de nosotros quiere sentirse bien. Quiere respetarse. El respeto propio es importante. Puesto que Dios nos da mucho valor, debemos también comprender el gran valor que tenemos. Mientras Dios nos va enseñando nuestras faltas, a la vez nos enseña cómo vencer nuestras faltas por la ayuda del Espíritu Santo, quien nos puede cambiar a la imagen de Cristo.

La formación del carácter cristiano es muy importante. Pero ¡que desilusión es cuando se interrumpe el trabajo y todo es destruido porque el creyente se somete a su naturaleza carnal y comete el adulterio!

La advertencia es, “Mas el que comete el adulterio es falto de entendimiento” (Proverbios 6:32). En un solo momento usted destruye el edificio que Dios estaba construyendo en su vida. Es difícil perdonarse a si mismo por su acción carnal.

El adulterio no es el pecado imperdonable. Jesús probó esto por la manera en que trató con la mujer que habían encontrado en el adulterio (Juan 8:4). Pero a la vez nos hace ver lo serio que es cuando declaró que aún el deseo en el corazón le hace culpable. (Mateo 5:28).

Si comprendemos lo pecaminoso que es el adulterio, y si nos arrepentimos de todo corazón y despedimos aún los pensamientos adúlteros, podemos gozar de perdón y limpieza; pues está escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9).

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